HISTÓRICO. El plantel de Independiente Rivadavia celebra con el cheque del pase a la final tras eliminar a River en Córdoba.
En Córdoba, la lluvia pareció una metáfora perfecta del presente de River: pesado, confuso y lleno de obstáculos. El equipo de Marcelo Gallardo volvió a quedarse sin respuestas y fue eliminado de la Copa Argentina por Independiente Rivadavia, que lo venció 4-3 en los penales tras empatar 0-0 en un campo de juego anegado. Mientras los mendocinos hicieron historia y jugarán su primera final del certamen, el “Millonario” profundizó una crisis deportiva e institucional que ya amenaza con extenderse más allá del vestuario.
River fue más en el juego, pero nunca pudo transformarlo en efectividad. Tuvo la pelota, generó más situaciones y hasta estrelló dos remates en los palos -uno de Juan Fernando Quintero y otro de Lautaro Rivero-, pero volvió a mostrar una preocupante falta de contundencia. Ni Miguel Borja ni Facundo Colidio pudieron quebrar la resistencia de un rival que entendió mejor el contexto: la lluvia, el barro y la ansiedad le jugaron en contra al equipo que debía proponer.
Del otro lado, Independiente Rivadavia se sostuvo en la figura de su arquero Ezequiel Centurión y en el liderazgo de Sebastián Villa, que terminó siendo protagonista absoluto al convertir el penal decisivo. La ironía fue inevitable: un ex jugador de Boca sentenció a River y desató el festejo mendocino.
Más allá del resultado, lo que más preocupa en Núñez es la sensación de agotamiento que transmite el equipo. River perdió la identidad que lo distinguía: ya no presiona con intensidad, no encuentra fluidez en el medio campo y luce descoordinado en defensa. Gallardo rotó nombres y esquemas, pero no halló una estructura sólida. Incluso figuras de jerarquía como Franco Armani, Ignacio Fernández y Quintero exhiben un nivel muy por debajo de su potencial. Lo que antes era una excepción hoy se repite partido tras partido, dejando la impresión de que el equipo juega más por inercia que por convicción.
No levanta cabeza
El rostro de Gallardo al final del encuentro fue el reflejo de un ciclo en crisis. Sin Copa Libertadores, fuera de la Copa Argentina y con el plantel cuestionado, el entrenador enfrenta su momento más difícil desde su regreso al club. En las tribunas, los hinchas expresaron su descontento con cánticos que resonaron bajo la lluvia: “Movete, River, movete…”. La frustración ya no es aislada, sino estructural.
River acumula decepciones y muestra síntomas preocupantes: un funcionamiento previsible, figuras en bajo nivel y un estado anímico que se derrumba con cada tropiezo. La noche del Kempes quedará como una herida abierta: la de un gigante que dejó de asustar y que hoy busca, desesperadamente, volver a ser.


















